lunes, 17 de noviembre de 2008

HISTORIA DEL FÚTBOL ARGENTINO

LA NACION UN GRITO EN LA OSCURIDAD

Para la dictadura, el mundial resultó proritario. Era un tiempo tragico y la fiesta no fue de todos.
En la Argentina, en ese 1978, las Fuerzas Armadas encaraban una fase decisiva de lo que denominaban la solución final: su eternización en el poder y la definitiva domesticación de la sociedad. El mundial 78 colmó las aspiraciones de los militares y, probablemente, sirvió también como detonador de las alocadas aventuras posteriores.Influyó en aquel éxito político del deporte la todavía capacidad intacta de los militares para manipular los hábiles sentimientos colectivos. Hicieron creer, fugazmente, que la Argentina era víctima de una campaña perversa sobre los derechos humanos y apagaron el eco, en tal sentido, de la renuncia de Paul Breitner a las selección alemana que debía jugar en la Argentina, o del renunciamiento público de Holanda para que sus futbolistas se sumaran al boicot.Eso también fue posible gracias a la complicidad que los factores de poder tuvieron con el régimen. Fue entonces el tiempo en que Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, realizó su primera visita a la Argentina, "país que tiene un gran futuro a todo nivel", según pregonó. Fue desde el mismo riñon que alumbró la idea de que el gobierno militar invirtiera 500 mil dólares para contratar a la empresa norteamericana Burson-Masteller, con el objeto de contrarrestar la supuesta campaña antiargentina. El régimen no supo de pudores para alcanzar sus propósitos. Agitó todo lo que pudo el fantasma del asesinato de Aldo Moro ejecutado por las Brigadas Rojas, cuyo cadáver apareció en mayo de ese año en un callejón romano, para tratar de establecer simetrías imposibles con lo que ocurría aquí. A la hora de la verdad, el trabajo de la Comisión Nacional de Desaparecidos (CONADEP), que presidió Ernesto Sábato, resultó irrefutable: señaló que de las 9.000 desapariciones comprobadas durante la dictadura, la mayor parte ocurrió entre 1976 y 1979. También durante el Mundial. El campeonato desnudó otro rostro trágico de la dictadura. No el que tuvo que ver con los balances secretos de la organización del torneo, sino el de las luchas sórdidas que signaron su existencia.Especialmente entre el Ejército y la Marina, que arrojaron víctimas como el embajador Héctor Hidalgo Solá o la funcionaria de Cancillería Elena Holmberg.La Junta Militar de Videla, Massera y Agosti había designado al general Omar Actis al frente del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM), una tarea que debería compartir con el almirante Carlos Alberto Lacoste.
Pero Actis no llegó a asumir: el 19 de agosto de 1976 fue asesinado cuando abandonaba su casa de Wilde en un atentado adjudicado a los Montoneros pero que, con los años, los servicios de Inteligencia del Ejército sospecharon que correspondió a un comando de la ESMA. Todas esas historias truculentas, todo el contraste entre dos realidades irreconciliables –la muerte y la euforia- fue el espejo de la época que sirvió para que monseñor Vicente Zaspe inmortalizara la existencia de una "Argentina secreta".Esa que convirtió al Mundial 78 en la entendible fiesta de mucho, pero jamas de todo.