lunes, 17 de noviembre de 2008

EL OTRO PARTIDO


El mundial fue una cuestión de Estado. En silencio desde que cayó en desgracia, Lacoste, amo y señor del deporte en los tiempos de la dictadura, apenas recibió del juez Miguel Pons un reproche "ético" porque, siendo funcionario, incrementó su patrimonio en más del 400 por ciento, manejando dineros de firmas extranjeras en la City, en los tiempos de la bicicleta financiera de Jose Martínez de Hoz. Ublado Fillol ya era un arquero formidable, Daniel Passarela "el gran capitán", Ardiles el motor del mediocamo y Mario Kempes la potencia y el gol, aunque jugaba más retrasado pues en los primeros partidos había fracasado como hombre de punta. La final fue contra Holanda. Justamente el país que, junto a Franci, encabezó la campaña para boicotear el Mundial, iniciada por organismos de derechos humanos y agrupaciones de izquierda. El argumento era sencillo "No se puede jugar un Mundial mientras a pocos metros del estadio se tortura y se mata gente", decía el periodista Francois Geze, del Comité Organizador del Boicot a la Argentina (COBA). "Pero fue gracias a los periodista que vinieron por el Mundial que tuvimos nuestros primeros grupos de apoyo" recuerda Mercedes Meronio, vicepresidenta de Madres de Plaza de Mayo. Una agrupación holandesa de solidaridad con las Madres (SAM) donó las primeras casas. "¿Pero ustedes no son argentinas?", se les preguntaba a las Madres, conocidas internacionalmente como "Las Locas de Plaza de Mayo". Silencio, terror, ignorancia y, en más de un caso, complicidad, se unieron para que una sociedad hipnotizada por un Mundial conviviera con el horror.
"El Mundial y las Malvinas son los dos grandes traumas que aún no pudo resolver la sociedad argentina". Las revistas de la Editorial Atlántida lideraban la campaña. La revista Para Ti regalaba postales a sus lectores para que las enviara a los políticos y organizaciones europeas que protestaban por las violaciones a los derechos humanos. Somos alertaba, apenas comenzado el Mundial, sobre un "subversivo" detenido que podía ganar el Premio Nobel de la Paz (Adolfo Pérez Esquivel). Y Bernardo Neustadt, mientras el periodista Julián Delgado desaparecía en pleno Mundial, alababa a Videla en Gente.
La prensa en general se sonrojaría mirando hoy aquel 78. Hasta el periodismo deportivo abandonó su conservador slogan de que el deporte no debía "mezclarse" con la política. "Muñoz jamás podrá mirarme a la cara", acusó ya en democracia Hebe de Bonafini. "Va a entrar Videla a dar la Copa... el fútbol ha hecho el milagro del país... nos siguen atacando aquellos que no nos conocen", decía los relatos por Radio Rivadavia del "Gordo" José María Muñoz, un fenómeno de comunicación popular que un año más tarde, en los festejo por el Mundial juvenil del 79, promovió las celebraciones en Plaza de Mayo, donde a sólo metros se denunciaban desapariciones ante una comisión de la OEA.
"Los argentinos somos derechos y humanos", se decía entonces.
Tiempos en los que las crónicas confundían a Kempes con Videla. El primero pasó a la historia del fútbol como el Matador. Al segundo, la Justicia lo condenó por asesino.
Doce días antes de la final contra Holanda, la revista El Gráfico, también de la Editorial Atlántida, publicó una supuesta carta que el capitán de esa selección, Ruud Krol, envió a su hija. "...Mamá me contó que los otros días lloraste mucho porque algunos amiguitos te dijeron cosas muy feas que pasaban en la Argentina. Pero no es así. Es –decía la supuesta carta de Krol- una mentirita infantil... Esta no es la Copa del Mundo, sino la Copa de la Paz... Papá está bien. Tiene tu meñeca y un batallón de soldaditos que lo cuidan y que de sus fusiles disparan flores. Diles a tus amiguitos la verdad, Argentina es tierra de amor...".
El periodista Enrique Romero, dice que la carta fue escrita por él, pero leída y autorizada por Krol.
"Pero las organizaciones que luchaban en el extranjero contra la dictadura –se explica Romero- se volvieron contra Krol. El holandés, ante la avalancha de críticas, no tuvo otra opción que dar un paso al costado y negar con el codo lo que había firmado con la mano". Romero agrega que la carta sólo intentó "mostrar a los lectores la fase íntima de los holandeses", pero que fue "aprovechada para darle otra significado que el que verdaderamente tenía". Desde Holanda, Krol hace escuchar su réplica: "No me entra en la cabeza que una persona haya hecho algo así. Fue indigno, artero y cobarde. Jamás escribí eso." ¿Qué hubiera ocurrido si Robby Rensenbrink hubiera convertido aquel tiro que, ya sobre el final del partido, se estrelló en un poste y Holanda terminaba ganando 2-1 aquella final? Ni la junta militar de Videla, Massera y Agosti podría haberlo impedido. Y el fútbol, más que nunca, habría sido "dinámica de lo impensado", como decía el periodista Dante Panzeri, que se oponía al Mundial y murió poco antes de la fiesta.
En la ESMA, los torturadores saludaron eufóricos a sus víctimas y a algunas de ellas hasta la sacaron en auto para que vieran los festejos callejeros. Graciela Daleo lloraba de impotencia diciéndose que no valía la pena, que nadie le prestaría atención aunque gritara que ella era una desaparecida. "¿Cómo no voy a comprender a la gente –se preguntó Hebe de Bonafini- si en mi propia casa, mientras yo lloraba en la cocina, mi esposo gritaba los goles frente a la televisión?". Hellstrom, el arquero sueco que el 1 de junio había visitado a las Madres en la Plaza, cree recordar que, "La gente tuvo un gran desahogo, se manifestó de manera inconsciente.
Festejaban sin saber bien qué. La mayoría –afirma- creía que a los que estaban reprimiendo era a otros y no a ellos mismos". Un día después de la final, en el Hospital Militar, nacía Guido. Su madre fue fusilada dos meses después. Guido es hoy uno de los 171 niños de los 230 secuestrados bajo la dictadura que sigue siendo botín de guerra. Su abuela, Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, lo busca desde aquel día. Todavía mantiene la esperanza.